Hagamos honor a la vida

 

El evidente mandato del miedo, socialmente instaurado –que es un plus más del que cotidianamente se tenía-, se amplifica con el secuestro personal. Un secuestro que puede ser desde estructural, casero, hasta un secuestro personal, individual, de separación, de prejuicios…

Todo esto lleva al ser a un desconcierto, puesto que si sigue dando cauce al amedrentamiento producido por el miedo, si sigue secuestrado… y en consecuencia ya obediente y fervoroso devoto del mando, del mandato, también puede provocar una huida hacia cualquier lugar de la consciencia, en forma de ira, tristeza o desespero.

Evidentemente también, sucede que, bajo esta característica, las tendencias personales de preocupación, angustia, ansiedad, prejuicio, violencia… se ven aumentadas. El sujeto busca la importancia personal, busca “su” importancia personal para justificar sus propuestas, a la vez que se siente culpable. Pero también exige –exige- perdón o… lástima.

Se va haciendo un conglomerado de humanidades que justifican la NO ESCUCHA de otras propuestas, en base al salvamento personal.

Por supuesto, el victimismo cotidiano se ve acrecentado ¡por cualquier circunstancia! Ya no existen esas categorías de si esto es importante o esto es banal. No, no. Ahora todo puede ser importantísimo. Y, de hecho, se va perdiendo precipitadamente el afecto, el respeto, el cuidado… y cada ser se resguarda en su gueto ¡como si nada nunca hubiera escuchado!

Se constituye en centro, y todo tiene que girar en torno a su desgracia, su preocupación, su obsesión o su… ¡desgarro!

Incapaces se muestran las humanidades, de resurgir, de reclamar al coraje, al valor, a la valentía, a la aceptación, al reconocimiento… y, a partir de todo ello, un claro y determinante deseo de cambio, de modificación.

Pero no. Entre los victimismos de unos y las quejas de otros, se compone el juego de damas: dispuestos a comerse, dispuestos a distanciarse. 

El panorama no es –y se queda mucho en el tintero-… el panorama no es navideño. No, no. No se hace honor al nacer, no se hace honor al amanecer.

El Sentido Orante nos describe hoy lo que transcurre, que probablemente a todos nos suene y nos parezcan reacciones “normales”, lo cual indica ciertamente que hemos perdido, que se han perdido las verdaderas reacciones: esas que se reponen ante cualquier incomodad; esas que son capaces de “respetar” la reacción de otros, ante nuestra “aparente” normalidad.

Se han ido perdiendo esas reacciones ‘clarificantes’ que “hacen y dejan hacer”. Y más bien aparecen esos paternalismos de gobierno y de Estado, y el ser empieza a gestionarlo. Y ahí aparecen los policías de visillos y balcones, que se extienden luego a los más cercanos.

¡Es urgente! –nos demanda la Llamada Orante-, es urgente disolver todos esos elementos ¡y recoger todas las semillas que se han plantado en nosotros! Re-escuchar lo que hemos vivido, y que era capacitante, que era posibilitante, pero que se dejó ahí… como si nada hubiera pasado. Y se atiende más bien a lo que ahora pasa. Pero lo que ahora pasa… es una ínfima parte de lo que está por pasar. 

Y para ello… hay que tener las suficientes expectativas de recursos de lo que yo conozco de mí y de lo que los demás conocen de mí.

La Providencia nos sitúa en situaciones en las que nuestro criterio, nuestro punto de vista, puede parecer hasta beatífico. Y seguramente lo es –o puede que lo sea-, pero precisamente si así lo es, debe saber escuchar, ver el tipo de reacciones que el entorno nos da. Como hemos dicho en multitud de ocasiones: el mundo no fue hecho a nuestra medida; nosotros nos tenemos que amoldar a las medidas del mundo.

¡Y nos han dado capacidades y recursos para ello!

Y el Sentido Orante, la Llamada Orante es nuestra principal garantía, nuestro fundamental recurso. 

Es lo que nos descubre, es lo que nos orienta, es lo que nos pone en evidencia la valentía para que las justificaciones desaparezcan, y encarnemos el cada día, el cada amanecer, con una nueva sonrisa, con una actitud renovadora, rehabilitadora.

Que ese orgullo, seamos capaces de mostrarlo ante lo Eterno, ¡no ante los demás! Ante los demás ¡es fácil! Y si presentamos nuestro orgullo y nuestra soberbia y nuestra importancia personal, ante el Misterio Creador, probablemente terminemos –casi antes de empezar- con disolverlo, con arrepentirnos, sintiendo el perdón de lo Eterno.

Ahí es donde hay que presentar la soberbia de la vanidad. Ahí: en ese estrado de la Creación. ¡No en el estrado cotidiano! Ahí siempre se encontrarán víctimas. Siempre. 

En cambio, cuando esa prepotencia se muestra ante lo Orante, ante el Misterio Creador… primero hay que “ser capaz” –y es importante serlo- y después vendrá… ¡vendrá!, ¡viene!... el desenlace de nuestra prepotencia, convertido en un lago en calma –“convertido en un lago en calma”-, en una serenidad… ¡embadurnados con ternura!

No se puede ceder a la inclinación costumbrista y a las justificaciones para mantener posturas de ostracismo, de sectarismo; en definitiva, posturas reaccionarias que no favorecen la convivencia, que no ayudan al compartir.

Este momento de humanidad requiere EL ESFUERZO: el que reconozcamos nuestra fuerza; nuestra fuerza de Amor. Sí, esa que sabemos que hemos vivido, que hemos compartido. Esa fuerza amorosa que nos hace ser corderos, y no lobos. Esa fuerza amorosa que cree, cree en los demás, que confía en los demás… aunque luego la resultante no sea la que se espere: ¡da igual! La confianza no puede ser condicional. La confianza es perseverante… y moldeable. 

¿Acaso no damos esa pequeña confianza al niño, cuando quiere ayudar? ¿Acaso no damos otro poco de confianza? ¿Desconfiamos acaso cuando rompe la taza o cuando esconde algo que debería expresar? No. Nos amoldamos. Sí; nos amoldamos, pero a la vez delegamos responsabilidad.

La confianza, en ningún caso puede ser un lazo que cobije y que inutilice los recursos de los demás.

 La confianza es liberadora, porque nos hace sentirnos que otros creen en nosotros, ¡pero que no nos obligan a creer lo que ellos creen, claro!

Salir de la encrucijada con las expectativas de soltar el lastre de todo lo que hemos comentado, es la respuesta que nos da la Oración, es la implosión que nos recomienda para dar un salto cualitativo en CALIDADES.

En muestra de nuestra escucha orante, y en consecuencia nuestra atención a incorporar lo que nos corresponda de esta llamada de atención… podemos exclamar:

¡TEN PIEDAD!

¡Sí! Ten piedad, Misterio Creador, en base a tu Llamada Orante, con todos los que acudan a tu Misterio. Sabemos que no hace falta pedirla; que se emana de Ti cuando nosotros nos abrimos. 

Pero es menester recordarlo, y no avergonzarnos por pedir. Porque no se trata de pedir, se trata de recordarnos a nosotros que la Piedad del Eterno está ahí dispuesta. Pero debemos acudir a mostrarnos, a decirnos, a decir-LE, lo que ya sabe. Pero, con ello, escucharnos a nosotros mismos.

Y es el esfuerzo cotidiano de cada detalle, de cada momento, de cada oportunidad. No se trata del gran cambio, de la gran estrategia… del mando militar que ordena que se haga así o asao. ¡No! Eso son de nuevo vanidades y soberbias.

.- ¿Y qué puedo hacer ante la mentira?

.- ¡Pues no mientas!

.- Es que… –¡qué frase!: es quees que los demás mienten.

.- ¡Ah! Será responsabilidad de ellos.

No por eso voy a perderles la confianza. Yo sé voluntariamente no mentir.

Tanta soberbia y vanidad para muchas cosas, y para las pequeñas diarias: “es que no sé”, “es que no puedo”

Hay que atreverse a dar testimonio de lo que somos como especie, como humanidad… e ir abandonando diariamente todo ese vestigio colonial y colonialista de posturas que buscan el agradecimiento, pero que por otra parte atacan a los que no son de su bando. 

Penoso. “Penoso”.

Si nos han traído a la vida es porque la confianza del Eterno es evidente. Si nos han traído a la vida es porque nos han dado recursos para ser un ejemplo de equilibrio, de armonía. ¡Si nos han traído y nos permiten la vida!... es porque esperan que expandamos nuestros medios, nuestros ¡talentos!

Hagamos honor a la vida, a “el vivir” de cada día.

Cada jornada que pase sin redimir, es un nuevo peso para seguir… 

¡Por favor!...

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